DIA DEL TRABAJO
Yo siempre quise tener tu oficio, pero me conformé con comer de tus frutos.Yo siempre anhelé el calor de esos hornos de barro y jamás envidié las noches de toque de queda. El quintal a cuestas, las manos blancas, los ojos rojizos. Sudor incorregible, cada madrugada había que arrancarle formas a la espiga. Tus pulmones a veces escaseaban (el alcohol también bebía oxígeno). Y allí estabas, derrotando partículas de fuego, con amor, cociendo el pan mío de todos los días. Yo siempre quise desahuciar tu tristeza de panadero condenado. Multiplicar los panes blancos para tu angustia oscura. Yo amasé el mismo desazón del abandono y ahora el quintal de este dolor me pesa como tus canas.
Republico esto que algún día escribí para Eugenio, mi padre, uno que supo enseñarme que el pan que él producía cada noche, alguna vez fue espiga. Tenía un buen patrón, un tipo justo, decente, de esos que no abundan por éstos días de sueldos y vidas mínimas. Y aprendí que cultura era sentirme orgulloso porque él amara su trabajo y lo hiciera con amor. Y aprendí que el trabajo era un medio para desarrollar habilidades, relaciones sociales, conciencia de ser y además, tener un ingreso para lidiar con el día a día, el mes a mes y el año a año. Soy hijo de la espiga, como otros lo son del ladrillo, los libros, las armas, los cuadernos, los motores o la manzana. Valoro el trabajo de María que cocina nuestra comida, de Alejandro, que estudia las estrellas y el espacio, de Martín que publica noticias, de Mónica que edita libros y Fresia Lienqueo, que recibe turistas en su casa-ruka. Pero falta valoración social para el trabajo, porque falta protección para los y las trabajadoras: 1 de cada 3 afiliados a las AFP recibirá al jubilarse una pensión asistencial de $ 37.000 (U$ 73) al mes; el segundo, recibirá una pensión mínima de $ 80.000, (U$ 150) mientras que el tercero podrá aspirar a recibir sólo la mitad de lo que actualmente gana. Sin embargo las Administradoras de Fondos de Pensiones en Chile, elevan sus ganacias en un 25% año tras año. El capital no reconoce valores, sólo precios. Y en éste entierro todos llevamos velas, nadie es inocente, por acción u omisión. Erich Fromm nos dijo, ya en 1955 que las sociedades enfermaban y verificó que las sociedades más ricas de esa época, eran a su vez las que tenían más suicidios, homicidios y alcoholismo, todos modos de acabar con la vida propia o ajena. Estar en lo ajeno, la enajenación, es dar a la vida personal o social un fin distinto del de la realización de la creatividad, la cooperación, el civismo y la reciprocidad. Si mandan las armas, la mera eficiencia o el dinero, el abuso termina instalándose tarde o temprano como medida de la convivencia, y no hay sociedad sana donde impere, en sus muchas formas, el abuso.