"La señora Francisa no viene hoy a la reunión, tiene un hijo muy enfermo", anuncia con su voz melosa una asistente, de pañuelo colorido ordenándole el pelo.
"Me avisó este joven Painemal, que tampoco viene, está trabajando pal norte , en la fruta", indica a su lado una mujer cincuentona, que vino acompañada por su hija. La reunión transcurre entre datos, comentarios y una agradable calma. Se revisan documentos, se comparten risas y alguno bromea con que el asado será más tarde. Me envuelve un paréntesis y me sorprendo pensando que estoy apenas a 12 kilómetros de Temuco, que estos campesinos Mapuche se conocen todos y hasta creo que se apoyan en todo, obviamente no sin controversias. Recuerdo de paso a mi vecino de enfrente, quien al regar el césped nos da la espalda, para no conversar, para no sentirse obligado a relacionarse, a sonreir o a saludar en cualquier tarde veraniega. Los Painemal saben que aún en el campo, tienen cerca a los Curiqueo y éstos saben que podrán contar con los Llancapil, o los Paillalef. Yo sé que mi vecino, ése y varios otros, quisieran su vida lejos o bien solos, pero para eso no les alcanzó el dinero. En tanto, enrejan las ventanas, compran alarmas, contratan guardias y ya deben tener armas. Termina la reunión y debo dejar el jardín secreto. Tan lejos, tan cerca. Prometo volver en dos semanas. Mientras conduzco tarareo a
Joan Manuel:
"El vecino de Kundera se parece al mío. Si algo tiene destacable nadie lo diría. Es un tipo muy correcto que se pasa al día, ocho horas tecleando un ordenador...."