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Empezaron a encender las luces del pueblo.
Los niños entraron a sus casas.
Oímos el silbido del titiritero que te llamaba.
Tú desapareciste diciéndonos:
"No hay casa, ni padres, ni amor:
sólo hay compañeros de juego".
Y apagaste todas las luces para que encendiéramos para siempre
las estrellas de la adolescencia que nacieron de tus manos
en un atardecer de mil ochocientos noventa y tantos..."
Jorge Teillier, Los dominios perdidos, 1963