26.8.07

FECHADO EN AGOSTO

Era el 9 de noviembre de 1989. Bebíamos cerveza en un bar de mala muerte. Recuerdo que Hugo, un joven dirigente socialista de la facultad de educación, recitaba, (porque el canto no se le daba), una canción de Sabina, para entonces un perfecto desconocido en Chile. Planificábamos para nuestra zona, el último mes de la campaña que llevaría a don Patricio Aylwin al poder, y a nosotros a la democracia. Seríamos padres precoces de un sistema imperfecto, y no hijos malditos de la crueldad y el desvarío. "Así estoy yo sin tí...", repetía Hugo entre el humo y las bromas, cuando de pronto estalló en la sala un grito seco que llenó nuestros corazones de más algarabía : "Cayó el muro huevones, cayó el muro...". Y la fiesta de Berlín, fue también la fiesta nuestra. Los alemanes habían derribado 28 años de infamia, y nosotros nos aprestábamos a derribar simbólicamente, 17 años de bayonetas, tortura y exilio. Ellos derribaban 12o kms de odiosa separación, nosotros comenzábamos recién a quitar el alambre de púas que dividía en 4.000 kms., al Chile de la verdad silenciada del Chile de la verdad decretada. Ellos, lo hacían con lo que tenían a mano. Nosotros lo haríamos un mes más tarde, con un simple voto. El pesar alemán había comenzado el 13 de agosto de 1961, el nuestro el 11 de septiembre de 1973.

Sin embargo, cada época tiene sus propios muros y hoy, pese a transitar casi sin fronteras de país en país, y de tener democracia en la mayoría de ellos, nos divide aún la inequidad, el abuso y las concentraciones de la riqueza, las patentes, la prensa y el poder de las armas en pocas manos. Estoy cierto que si anoche, bebiendo un ron con los amigos de entonces, en ese barcito lúgubre que ya no existe, Hugo hubiese escogido al mismo Sabina (hoy toda una celebridad en el país), y habría recitado: "Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera, una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera, no sabía que la primavera duraba un segundo, yo quería escribir la canción más hermosa del mundo...Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo."


11.8.07

NOCHE DE LUNA

Aquella noche Amadeo esperaba que las cosas transcurrieran como todas sus noches. En verdad nada esperaba, sino que el día terminara como tantos otros. El hombre era un tipo cuarentón, reposado como pocos y algo calvo de manera prematura. Esa misma condición le otorgaba un aspecto de viejo, y la seriedad se la agregaba ese ceño fruncido como por encargo, en el que parecía empezar o concluir su media calvicie. Amadeo Luna se bajó del autobús, que continuó su carrera hacia el sur. Encendió un cigarrillo, como era su usanza antes de llegar a la casa, para que su madre no le reclamara por lo del humo, lo de la tos y lo del asma que la aquejaban. Cargó con calma la bolsa del pan en un hombro, y pitó con alegría especial el último de sus cigarros. Llegó al semáforo de varios tiempos, en el que solía apretar un botón para atravesar la avenida, lo oprimió , acomodó la bolsa en el otro hombro y pisó la colilla humeante hasta apagarla. Enderezó con el índice derecho sus anteojos, y atravesó la calzada con rapidez.

Una vez del otro lado, se volteó sorpresivamente para indagar tras sus espaldas. Le pareció que alguien espiaba y seguía su andar descuidado. Un aura extraña se mantenía de pie, junto al redondo pilar del semáforo que él había activado antes de cruzar. No supo con certeza si el perfil que observaba lo imaginaba o estaba allí, frente a él. Reacomodó sus lentes, sin dar crédito a lo que parecía ser por segundos, una imagen sin formas, y por otros, una silueta casi perfecta de sí mismo. Se quitó los lentes en un gesto estúpido. Dejó la bolsa con pan en el suelo. Sus zapatillas sumaron dos pasos hacia la vereda, de vuelta. Al borde de la calle se detuvo a contemplar silencioso, que la sombra, en la cual podía ahora identificar su propio rostro, oprimía también el mismo gastado botón. Transpiró ardoroso, como siempre por las tardes en la panadería donde trabajaba, cuando la sombra con sus mismos modos, aligeró el tranco para abandonar la vereda en dirección hacia él. No supo si huir, quedarse allí inmóvil como estaba, o atravesar a su encuentro. Se sorprendió congelado en su sudor, indicándole a un policía como había ocurrido el atropello. Contempló ligeramente al occiso, de ceño rígido y cabeza algo calva, al mismo tiempo que reconoció esas inconfundibles marraquetas esparcidas a su alrededor.
Obra: Mujer y pájaro bajo el claro de luna, Joan Miró

5.8.07

HOJAS DE PARRA

"Buenas Noticias:
La tierra se recupera en un millón de años.
Somos nosotros los que desaparecemos"
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"El error consistió
en creer que la tierra era nuestra
cuando la verdad de las cosas
es que nosotros somos de la tierra"
Ecopoemas, Nicanor Parra

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