31.12.05

NAVIDAD CON MI PADRE

Mi padre Eugenio pasea a Matías, el menor de mis dos hijos, sobre un camión plástico mientras éste hace ruidos con su boca y decide ir más rápido, deseo que su abuelo le concede. Matías tiene 2 años y medio y mi padre 61, y es la segunda vez que están juntos. Se verán un par de días, se hablarán en ese lenguaje inintelegible que abuelos y nietos suelen inventar para satisfacerse mutuamente los caprichos, a escondidas de los padres; se abrazarán y hasta pelearán con ese espíritu infantil que a los dos le embriaga, cuando la única pretensión que existe es ser felices ahora. Mañana, o pasado quizás, se despedirán sin aprehensiones, sin resignaciones, con el alma en paz y al hasta siempre a flor de labios.

Contemplo la imagen con alegría y decido hacer una fotogafía de ambos, que posan para mí sabedores que mi corazón palpita a 10 mil por segundo. Cumplí 40 en diciembre y es la primera navidad que paso junto a mi padre. Entre regalos sencillos y la fraternidad de unos buenos amigos que junto a sus hijos celebraron con nosotros, la noche buena transcurrió entre risas, llamadas de familiares y recuerdos que se desplegaban como un film mudo, en blanco y negro. Lo recordaba joven y vital, viajando a Iquique para enrolarse en una empresa de buena paga; lo recordaba instalado en el bar de la 11 Oriente bebiendo tinto y oyendo lastimeras melodías desde el wurtlizer en el cual yo invertía lasmonedas que el me regalaba; lo recordaba cabizbajo dando sepultura a los abuelos en corto tiempo; lo recordé paciente, cargando cada día por las calles de Talca una bolsa con kilos de pan, que era parte de su pago cuando panadero; lo recordé sereno al dejar el alcohol y dedicar su vida al boxeo, a formar otra familia y dejar atrás el fantasma de Graciela, mi madre, que aún se esconde de nosotros con alguna mueca de ironía o una pena que la paraliza cada vez que nos recuerda, nadie sabe.

Felipe, mi hijo mayor está feliz. Su abuelo le enseñó hace algunos años a jugar al naipe y sigue sus reglas con parsimonia protocolar. Respeta el silencio de mi padre y le oye roncar levemente cuando se sienta a observar como mi hijo me vence en cada nuevo intento de superarlo en el Nintendo. Felipe dice que su abuelo es grande y fuerte. Yo asiento, pero sé que ya no es tan fuerte como hace un año. En agosto de éste, una fulminante enfermedad lo obligó a estar más de dos meses en un hospital público y a bajar más de 20 kilos, que en su espigada estatura se extrañan. Lleva lentes y el pelo completamente blanco. Intuyo también ese digno destino para mí. No habrá calvicie prematura, pero si canas, me digo al tiempo que sonreímos mirando antiguas fotos de los niños. Confieso que ha sido él quien más esfuerzos hizo para demostrarnos que podíamos querernos y estar más cerca de lo que siempre estuvimos. Nos cuesta hallar temas comunes, nos cuesta mirarnos a los ojos y decirnos que nos queremos, pero a estas alturas sería redundante, quizás. Mañana o pasado volverá a la obra de construcción en que trabaja gracias a mi amigo Iván Campos. Mañana o pasado, lo despediré en el terminal de buses con un beso y en el abrazo final nos diremos que aún nos quedan navidades....

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